Eran las 8 menos 10 minutos cuando Bernahi termino de escribir su último cuento para el diario London News, su cabeza estaba caliente pero sus manos ya se entumecían por el jugar con hojas y el llenar su pluma de tinta.
“Recuerdo que este se hacia 4 cuentos en una noche”, comentaba el jefe de área a un asesor.
Por mas de diez años, el no ya tan joven Bernahi había hecho como dos caminatas alrededor de la tierra con sus escritos y sus miles de redacciones, cuentitos y miles de comentarios a obras de Moliere y Shakespeare, desde un raro refrito de uvas y cerdo hasta ‘lo mas sublime que he visto’.
Sus cuentitos en la sección Fair tales of Britain no eran la gran cosa pero uno que otro se hacia comentarios enviados por carta, incluso uno enviado por la misma reina pidiéndolo al escritor que le enviase uno a manuscrito y con su firma.
«Es para mi hijo que es aficionado a sus cuentos», decía la carta.
Las obras de teatro eran otra baraja en mano izquierda de la ajetreada pero extrañamente rica vida de Bernahi. Sus ojos se caían y su cabeza bailaba buscando una almohada en unas y en otras no sabía como ponerse el dulce de nuez en la boca con los ojos rojos y el calor de los pies en un vórtice por la impresión.
«Bravo, bravísimo, que hermoso» o «Que fue esta mierda, que perdida de dinero, revivir un clásico con efectos modernos es lo mas patético». Pero como pensase era su trabajo ir a los theater y verse como mínimo 4 obras en un mes comentando sobre esto. «Es como bailar con una escopeta en la cabeza, no sabes cuando te mata o te protege». No sabes cuando es muy bueno o muy malo.
El no muy joven, pasaba sus años en el teatro, en su trabajo, en su departamento (por horas, solo a dormir, terminar el trabajo, fumar, juntar y admirar sus logros terrenales), en cafetines, tomándose un green tea de los chinos o comiéndose, con apuro, panecillos de almendra y leche. Si, su vida parecía un cuento medieval pero con tanto humo y esclavismo laboral, no era una gran vida que llevo, lleva y llevará el resto de su vida, estancado en un cómodo departamento con un no muy bien remunerado salario que mas parecía un jornal.
Recordaba como ayer, mientras le ponía los “últimos puntos a las íes” a su ensayo, cuando tenia 19 años. El día en que en una fría tarde encontró en el London un anuncio (en la época en la que contaba con un ridículo arte amarillo en la que la letra ‘London’ se asemejaba a un anuncio circense y parecía de aquellos periódicos en el que uno solo ve pocas prendas); se buscaba a un redactor sin experiencia, ni con mayoría de edad, Oh!, pero sin goce de sueldo en dos meses. “Esto es mío”. “Pero sin goce de sueldo, ¿como?” pensaba Bernahi.
Fue entonces al abrigo de su tío que se comprometió a darle todo lo necesario para que viva en un apartamento cerca al periódico y para que pueda solventar todas sus necesidades primarias (comida, cigarros, licor y algo de diversión).
—Este es un buen trabajo, hijo, tu padre…—al verle el rostro cabizbajo—… es un idiota. Haz lo que te digo. Además —dijo con un rostro extraño—es tiempo de que salgas de aquí.
Bernahi se acostumbro a su trabajo, se amigo con el jefe y con varios compañeros, se enamoro pero termino con mujeres ‘equivocadas’ en algunas cosas.
En 10 años solo rescato 30 libritos de cuentos que comentaban sobre sus experiencias y sueños extraños producto del ron y el vino, gastaba como más del 25 por ciento de su sueldo en cajetillas de cigarro y habanos costosos.
En sus años en el London sentía nostalgia porque sabía que muy pronto iba a abandonar ese empleo. Y ahora tan lejos de casa, de los maltratos del padre, de los castigos del tío, de la indiferencia de su madre, se hallaba frente a 20 cuentos ya terminados en su escritorio “un nuevo record” redactados a mano por casi dos días de amanecidas. Bernahi sabía que el London publicaba un cuentos suyos cada domingo, en total 4 o 5 cuentos al mes, y uno o dos comentarios por obra (como amerite el ajetreo dramaturgico) cada sábado en The column of art, pero el quería descansar y temía perder inspiración, así que apresuro su trabajo. “Esto es oro” dijo al recordar algo.
—Termine —dijo a la nada, feliz y satisfecho, con un brillo leve en los ojos.
—¿Que terminaste? —pregunto un hombre que apareció de lo profundo de un pasadizo (el cual te llevaba a la recepción si tu lo seguías hasta donde moría, en una pared oblonga).
—Mi trabajo del mes —dijo emocionado, pero con los ojos ojerosos y cansados.
—No juegues conmigo…ven aquí, yo y los muchachos nos vamos a una taberna —consulto el reloj—. Solo faltan 4 horas para el fin de este año y queremos celebrarla en grande, como dios manda.
—No puedo ahora, pero les alcanzare en una hora —concluyo después de pensar un rato.
—Bueno…pero no te acobardes como la última vez.
El hombre se retiró por el pasadizo de donde apareció y Bernahi esperó hasta que este cerrara la puerta, que se hallaba al lado izquierdo del pasadizo, para coger sus cosas y retirarse por la puerta de salida, que se hallaba al final de una escalera.
Cogió su café, sus folios negros, su saco y sus guantes. Como era de su costumbre, se puso el saco y los guantes en el tiempo que se tardaba subir las escaleras enfraneladas. Estas escaleras estaban pegadas a la pared y cuando Bernahi subía, como siempre lo hacia, se percataba que sus oficinas no eran mas que escritorios improvisados en un sótano del edificio mas alto de toda la manzana.
Fue el ultimo en irse, apago las luces con un chasquido seco del interruptor y se dirigió a la calle, abriendo la puerta levemente. El frió era intenso y el aguanieve revolvía sus cabellos, helándole las mejillas y la nuca, pero sintiendo un calor en los ojos y en la cabeza.
Ignoro las luces coloridas y los muérdagos secos, miró de esquina a esquina frente a la ingnomiosa calle Belueur y noto tres carruajes, los cruzo y la nieve fresca envolvió sus pies, demostrándole la persistencia del frió, del invierno mas gélido de todos.
Se enfilo en la vereda del otro lado de la calle en dirección sur, caminando con una mirada cansada y frotándose las manos por la brisa envolvente. De uno de sus bolsillos del saco, saco una cajetilla de cigarros, y se prendió uno mientras observaba la vitrina de Becky´s que mostraba un hermoso pastel de almendras. Luego de unas calles percato aun abierto el Duck´s step con gente amotinada en lo que Bernahi concluyo una partida de poker (de los grandes) ya que no paraban de servir cerveza. Acomodándose la chalina oscura, se recogió el cabello para atrás y empujo la puerta de ventanas opacas de la grosería Babiee´s ingresando al momento que escuchaba una campanilla y sentía pasos como de tacones golpeando madera seca.
—¿En que lo puedo ayudar? —dijo una voz sobria.
—Vera…—Bernahi se quedo un rato mirando el estante principal—. Pues no se… —sus ojos, perdidos por la variedad de dulces, escrutaban los barriles repletos de golosinas—. Déme 60 colillas de gusano… —concluyo al fin—…y 90 piezas de maní glaseado.
El hombre utilizo una cuchara blanca para coger las golosinas y puso las colillas y los maníes en bolsas diferentes, las envolvió y las puso en una bolsa ligeramente más grande.
—Son 4 libras… —se detuvo un instante—…pero porque es mi último cliente en el año, no se los cobrare.
—Gracias —dijo Bernahi, algo extrañado pero contento de no gastar sus últimas 4 libras.
Ya fuera de la grosería, avanzo como 2 calles más hasta llegar a un edificio de 3 pisos, abrió la puerta de madera (la cual estaba sumamente fría y húmeda) siguiendo un pasadizo semejante al de su trabajo hasta encontrarse con una pared y a un costado, una escalera.
El hombre subió la escalera hasta llegar al último piso, siguió un pasadizo más corto hasta la puerta que se hallaba en lo más profundo de esta. Frente a la puerta (que tenia unas números color dorado que rezaba 314) introdujo su llave y sintió un chispazo en la cabeza. Había dádose cuenta que había olvidado sus redacciones en el trabajo. “Debo regresar”
El hombre abrió su puerta y dejo sus folios y demás cosas para regresar por sus preciados apuntes. Estos apuntes eran más valiosos que cualquier cosa dentro de su departamento y que “su propia vida”. Eran sus ideas y él, como egoísta declarado, no permitiría que nadie se apodere de algo que es suyo.
Bernahi regreso a sus pasos, siguiendo el pasadizo, bajando las escaleras hasta la puerta gélida y de allí a la calle, atravesando las tres tiendas hasta las oficinas de la London…
Pero en el camino de Duck´s step a Becky´s se encamino a una calle muy angosta y desabitada (que el jamás había transitado) de donde un faro enletrado rezaba: Decklard st. Lo raro de todo esto era que la ‘calle’ no tenía más que una cuadra de extensión, donde moría en un muro de una unión de dos edificios. Fue cuando entonces oyó el ruido de unos galopes estrepitos y un jadear de equino: era la policía montada, muy presurosa con otra misión que cumplir y, sobre todo, con una buena noticia que contar…
—Shhh… —dijo una voz leve al momento que una mano fría le tapaba la boca a Bernahi—. No te haré daño.
Bernahi por poco se sintió en medio de un plagio que podría terminar en un asesinato sino fuera porque había reconocido esa voz, una que escuchaba todos los días.
—¡Maldita sea, Edmund!, casi me matas del susto —la peculiar risa de Ed no dejaba chance a los reclamos de Bernahi.
—Tú siempre de mal humor, pobre de ti, Bob, jamás conocerás lo que es reír.
—¿Iras con los muchachos a frog´s mirror?
—No, y sé que tu tampoco, yo te conozco… —sus ojos se alejaron de Bob y se concentraron en la calle por la que habían pasado, como en una redada, los policías montados—. Pero podemos aprovechar esta noche para ganar una exclusiva.
—¿Exclusiva?, ¿algo sobre los policías?
—Sobre un crimen, pichón.
—¿Que crimen?, ¿acaso los policías que pasaron fueron al lugar donde ocurrió aquel asesinato?
—Asesinato, homicidio, lo que sea que fuere es de revuelo, así que no me lo perderé.
—¿Quiere que vaya contigo allá?, si es así no lo haré, yo iré con los muchachos a pasar el año nuevo.
El hombre rió sarcásticamente.
—Vamos, no te quitara sino ¿cuánto? una hora —el hombre consulto el reloj—. Son las 8 y 30, vamos a ver aquel asesinato, hago unos apuntes y luego nos vamos a la taberna a pasar el año.
Bob lo miro serio pero con algo de curiosidad.
—Hey, compraré una cajetilla para fumárnoslo en el camino, que dices.
—De acuerdo pero solo una hora. Como todo amigo, Ed conocía de qué pie cojeaba Bob.
Así entonces los dos hombres se encaminaron por Belueur st. siguiendo las huellas que las carrozas y los corceles dejaron marcado en la nieve. Bernahi no tenia ni la menor idea de a donde se dirigía, es más, ni siquiera sabía si lo que hacía (o lo que estaba por hacer) era algo conveniente para él. “Un crimen”
Esto le recordó a un suceso parecido el año pasado, un par de días después de la víspera de navidad —justo como ahora—, en el cual él había escuchado rumores sobre un extraño asesinato en un parque abandonado. Según el rumor, en una de las zanjas donde se enterraban las hojas secas de otoño se encontró un cuerpo decapitado, sin manos ni pies, que yacía cubierto de telas gruesas y limpias.
El eximio estaba completamente desnudo y carecía de órganos internos y sangre. Sobre la tela se encontraron varios símbolos pintados con tinta ocre que carecían de significado, al menos para los que la estudiaron.
Según la autopsia realizada por un experto medico del sur de Francia, la victima era un anciano de 85 años que carecía de dientes y que murió previamente a que le cortaran las manos y los pies: no murió desangrado.
Muchos pensaron que el anciano fue victima de en un ritual satánico, pero otros creían que un asesino demente había sido el verdadero culpable, en fin, el caso se cerro por falta de pruebas y el London fue el primer periódico en publicarlo.
“Extraña muerte en Smithblack park”, decía el encabezado de la portada del periódico.
Ed y Bob se alejaban de la ciudad con dirección al bosque de coníferas. Las casas se hacían más pequeñas y las calles más amplias, con innumerables ventiscas que saturaban el ambiente con la nieve del suelo. El cielo estaba triste, carecía de estrellas y luna.
La caminata fue considerable pero los cigarros mantuvieron en ritmo a Bernahi hasta la llegada al bosque.
El bosque era profundo y espeso, con innumerables arbustos, árboles gigantes, cubiertos de nieve en sus copas, y con una tierra húmeda oscura muy fría. En aquel bosque, se podían apreciar muchos vacíos. Tierra sin vegetación.
—¿Ves aquellas luces? —pregunto Ed a Bob cuando estos estaban a unos metros dentro del bosque.
—Si, creo que si —contesto al ver dos matitas amarillas en lo profundo del bosque, como a 300 metros.
—Allí deben estar los policías —concluyo al ver algunas sombras.
Los dos se adentraron más al bosque en dirección a las matas amarillas. Bernahi sentía la fría brisa que recorría el bosque y removía las ramas de los árboles haciendo parecer que estas tuvieran vida.
Luego de recorrer como unos 100 metros Ed escucho unos susurros de espanto y llanto donde estaban los policías. A medida que avanzaban estos llantos se acrecentaban hasta llegar al éxtasis puro y al desenfreno. A 100 metros de la escena del crimen, Bob y Ed comprendieron las sombras: 10 policías, 4 caballos, innumerables periodistas tomando apuntes y unos hombres vestidos de negro. “¿Quiénes son estos?”
—Nos ganaron Bob, nos ganaron los amarillistas.
Los dos se aproximaron a los policías a preguntarles ¿qué había pasado? pero estos parecían idos. Bernahi se acerco a un oficial y le pregunto sobre el crimen.
—¿Quién es usted?, ¡lárguese de aquí! sino quiere que lo arreste.
—Soy de la prensa… —dijo Edmund al policía pero era demasiado tarde, el también vio la palia profunda. Sus ojos se volvieron enormes y Bernahi quedo completamente perdido al ver la expresión de Bob y del policía como si hubieran visto al mismo demonio.
Los ojos de Bernahi temían tornarse a la fosa profunda —que era visto por todos como la misma concepción— y adivinar que era lo que escondía entre sus sombras.
Unos pies sucios y peludos sobresalían de la oscuridad de la palia, estaban descompuestos y emitían un hedor profundo. Bob sintió asco tapándose con una mano la boca instintivamente al verlos.
Escrito por L. C. Nevers
Primera parte de la introducción al libro “La calle 223”
Del 12 de junio al 16 de junio del 2008
“Recuerdo que este se hacia 4 cuentos en una noche”, comentaba el jefe de área a un asesor.
Por mas de diez años, el no ya tan joven Bernahi había hecho como dos caminatas alrededor de la tierra con sus escritos y sus miles de redacciones, cuentitos y miles de comentarios a obras de Moliere y Shakespeare, desde un raro refrito de uvas y cerdo hasta ‘lo mas sublime que he visto’.
Sus cuentitos en la sección Fair tales of Britain no eran la gran cosa pero uno que otro se hacia comentarios enviados por carta, incluso uno enviado por la misma reina pidiéndolo al escritor que le enviase uno a manuscrito y con su firma.
«Es para mi hijo que es aficionado a sus cuentos», decía la carta.
Las obras de teatro eran otra baraja en mano izquierda de la ajetreada pero extrañamente rica vida de Bernahi. Sus ojos se caían y su cabeza bailaba buscando una almohada en unas y en otras no sabía como ponerse el dulce de nuez en la boca con los ojos rojos y el calor de los pies en un vórtice por la impresión.
«Bravo, bravísimo, que hermoso» o «Que fue esta mierda, que perdida de dinero, revivir un clásico con efectos modernos es lo mas patético». Pero como pensase era su trabajo ir a los theater y verse como mínimo 4 obras en un mes comentando sobre esto. «Es como bailar con una escopeta en la cabeza, no sabes cuando te mata o te protege». No sabes cuando es muy bueno o muy malo.
El no muy joven, pasaba sus años en el teatro, en su trabajo, en su departamento (por horas, solo a dormir, terminar el trabajo, fumar, juntar y admirar sus logros terrenales), en cafetines, tomándose un green tea de los chinos o comiéndose, con apuro, panecillos de almendra y leche. Si, su vida parecía un cuento medieval pero con tanto humo y esclavismo laboral, no era una gran vida que llevo, lleva y llevará el resto de su vida, estancado en un cómodo departamento con un no muy bien remunerado salario que mas parecía un jornal.
Recordaba como ayer, mientras le ponía los “últimos puntos a las íes” a su ensayo, cuando tenia 19 años. El día en que en una fría tarde encontró en el London un anuncio (en la época en la que contaba con un ridículo arte amarillo en la que la letra ‘London’ se asemejaba a un anuncio circense y parecía de aquellos periódicos en el que uno solo ve pocas prendas); se buscaba a un redactor sin experiencia, ni con mayoría de edad, Oh!, pero sin goce de sueldo en dos meses. “Esto es mío”. “Pero sin goce de sueldo, ¿como?” pensaba Bernahi.
Fue entonces al abrigo de su tío que se comprometió a darle todo lo necesario para que viva en un apartamento cerca al periódico y para que pueda solventar todas sus necesidades primarias (comida, cigarros, licor y algo de diversión).
—Este es un buen trabajo, hijo, tu padre…—al verle el rostro cabizbajo—… es un idiota. Haz lo que te digo. Además —dijo con un rostro extraño—es tiempo de que salgas de aquí.
Bernahi se acostumbro a su trabajo, se amigo con el jefe y con varios compañeros, se enamoro pero termino con mujeres ‘equivocadas’ en algunas cosas.
En 10 años solo rescato 30 libritos de cuentos que comentaban sobre sus experiencias y sueños extraños producto del ron y el vino, gastaba como más del 25 por ciento de su sueldo en cajetillas de cigarro y habanos costosos.
En sus años en el London sentía nostalgia porque sabía que muy pronto iba a abandonar ese empleo. Y ahora tan lejos de casa, de los maltratos del padre, de los castigos del tío, de la indiferencia de su madre, se hallaba frente a 20 cuentos ya terminados en su escritorio “un nuevo record” redactados a mano por casi dos días de amanecidas. Bernahi sabía que el London publicaba un cuentos suyos cada domingo, en total 4 o 5 cuentos al mes, y uno o dos comentarios por obra (como amerite el ajetreo dramaturgico) cada sábado en The column of art, pero el quería descansar y temía perder inspiración, así que apresuro su trabajo. “Esto es oro” dijo al recordar algo.
—Termine —dijo a la nada, feliz y satisfecho, con un brillo leve en los ojos.
—¿Que terminaste? —pregunto un hombre que apareció de lo profundo de un pasadizo (el cual te llevaba a la recepción si tu lo seguías hasta donde moría, en una pared oblonga).
—Mi trabajo del mes —dijo emocionado, pero con los ojos ojerosos y cansados.
—No juegues conmigo…ven aquí, yo y los muchachos nos vamos a una taberna —consulto el reloj—. Solo faltan 4 horas para el fin de este año y queremos celebrarla en grande, como dios manda.
—No puedo ahora, pero les alcanzare en una hora —concluyo después de pensar un rato.
—Bueno…pero no te acobardes como la última vez.
El hombre se retiró por el pasadizo de donde apareció y Bernahi esperó hasta que este cerrara la puerta, que se hallaba al lado izquierdo del pasadizo, para coger sus cosas y retirarse por la puerta de salida, que se hallaba al final de una escalera.
Cogió su café, sus folios negros, su saco y sus guantes. Como era de su costumbre, se puso el saco y los guantes en el tiempo que se tardaba subir las escaleras enfraneladas. Estas escaleras estaban pegadas a la pared y cuando Bernahi subía, como siempre lo hacia, se percataba que sus oficinas no eran mas que escritorios improvisados en un sótano del edificio mas alto de toda la manzana.
Fue el ultimo en irse, apago las luces con un chasquido seco del interruptor y se dirigió a la calle, abriendo la puerta levemente. El frió era intenso y el aguanieve revolvía sus cabellos, helándole las mejillas y la nuca, pero sintiendo un calor en los ojos y en la cabeza.
Ignoro las luces coloridas y los muérdagos secos, miró de esquina a esquina frente a la ingnomiosa calle Belueur y noto tres carruajes, los cruzo y la nieve fresca envolvió sus pies, demostrándole la persistencia del frió, del invierno mas gélido de todos.
Se enfilo en la vereda del otro lado de la calle en dirección sur, caminando con una mirada cansada y frotándose las manos por la brisa envolvente. De uno de sus bolsillos del saco, saco una cajetilla de cigarros, y se prendió uno mientras observaba la vitrina de Becky´s que mostraba un hermoso pastel de almendras. Luego de unas calles percato aun abierto el Duck´s step con gente amotinada en lo que Bernahi concluyo una partida de poker (de los grandes) ya que no paraban de servir cerveza. Acomodándose la chalina oscura, se recogió el cabello para atrás y empujo la puerta de ventanas opacas de la grosería Babiee´s ingresando al momento que escuchaba una campanilla y sentía pasos como de tacones golpeando madera seca.
—¿En que lo puedo ayudar? —dijo una voz sobria.
—Vera…—Bernahi se quedo un rato mirando el estante principal—. Pues no se… —sus ojos, perdidos por la variedad de dulces, escrutaban los barriles repletos de golosinas—. Déme 60 colillas de gusano… —concluyo al fin—…y 90 piezas de maní glaseado.
El hombre utilizo una cuchara blanca para coger las golosinas y puso las colillas y los maníes en bolsas diferentes, las envolvió y las puso en una bolsa ligeramente más grande.
—Son 4 libras… —se detuvo un instante—…pero porque es mi último cliente en el año, no se los cobrare.
—Gracias —dijo Bernahi, algo extrañado pero contento de no gastar sus últimas 4 libras.
Ya fuera de la grosería, avanzo como 2 calles más hasta llegar a un edificio de 3 pisos, abrió la puerta de madera (la cual estaba sumamente fría y húmeda) siguiendo un pasadizo semejante al de su trabajo hasta encontrarse con una pared y a un costado, una escalera.
El hombre subió la escalera hasta llegar al último piso, siguió un pasadizo más corto hasta la puerta que se hallaba en lo más profundo de esta. Frente a la puerta (que tenia unas números color dorado que rezaba 314) introdujo su llave y sintió un chispazo en la cabeza. Había dádose cuenta que había olvidado sus redacciones en el trabajo. “Debo regresar”
El hombre abrió su puerta y dejo sus folios y demás cosas para regresar por sus preciados apuntes. Estos apuntes eran más valiosos que cualquier cosa dentro de su departamento y que “su propia vida”. Eran sus ideas y él, como egoísta declarado, no permitiría que nadie se apodere de algo que es suyo.
Bernahi regreso a sus pasos, siguiendo el pasadizo, bajando las escaleras hasta la puerta gélida y de allí a la calle, atravesando las tres tiendas hasta las oficinas de la London…
Pero en el camino de Duck´s step a Becky´s se encamino a una calle muy angosta y desabitada (que el jamás había transitado) de donde un faro enletrado rezaba: Decklard st. Lo raro de todo esto era que la ‘calle’ no tenía más que una cuadra de extensión, donde moría en un muro de una unión de dos edificios. Fue cuando entonces oyó el ruido de unos galopes estrepitos y un jadear de equino: era la policía montada, muy presurosa con otra misión que cumplir y, sobre todo, con una buena noticia que contar…
—Shhh… —dijo una voz leve al momento que una mano fría le tapaba la boca a Bernahi—. No te haré daño.
Bernahi por poco se sintió en medio de un plagio que podría terminar en un asesinato sino fuera porque había reconocido esa voz, una que escuchaba todos los días.
—¡Maldita sea, Edmund!, casi me matas del susto —la peculiar risa de Ed no dejaba chance a los reclamos de Bernahi.
—Tú siempre de mal humor, pobre de ti, Bob, jamás conocerás lo que es reír.
—¿Iras con los muchachos a frog´s mirror?
—No, y sé que tu tampoco, yo te conozco… —sus ojos se alejaron de Bob y se concentraron en la calle por la que habían pasado, como en una redada, los policías montados—. Pero podemos aprovechar esta noche para ganar una exclusiva.
—¿Exclusiva?, ¿algo sobre los policías?
—Sobre un crimen, pichón.
—¿Que crimen?, ¿acaso los policías que pasaron fueron al lugar donde ocurrió aquel asesinato?
—Asesinato, homicidio, lo que sea que fuere es de revuelo, así que no me lo perderé.
—¿Quiere que vaya contigo allá?, si es así no lo haré, yo iré con los muchachos a pasar el año nuevo.
El hombre rió sarcásticamente.
—Vamos, no te quitara sino ¿cuánto? una hora —el hombre consulto el reloj—. Son las 8 y 30, vamos a ver aquel asesinato, hago unos apuntes y luego nos vamos a la taberna a pasar el año.
Bob lo miro serio pero con algo de curiosidad.
—Hey, compraré una cajetilla para fumárnoslo en el camino, que dices.
—De acuerdo pero solo una hora. Como todo amigo, Ed conocía de qué pie cojeaba Bob.
Así entonces los dos hombres se encaminaron por Belueur st. siguiendo las huellas que las carrozas y los corceles dejaron marcado en la nieve. Bernahi no tenia ni la menor idea de a donde se dirigía, es más, ni siquiera sabía si lo que hacía (o lo que estaba por hacer) era algo conveniente para él. “Un crimen”
Esto le recordó a un suceso parecido el año pasado, un par de días después de la víspera de navidad —justo como ahora—, en el cual él había escuchado rumores sobre un extraño asesinato en un parque abandonado. Según el rumor, en una de las zanjas donde se enterraban las hojas secas de otoño se encontró un cuerpo decapitado, sin manos ni pies, que yacía cubierto de telas gruesas y limpias.
El eximio estaba completamente desnudo y carecía de órganos internos y sangre. Sobre la tela se encontraron varios símbolos pintados con tinta ocre que carecían de significado, al menos para los que la estudiaron.
Según la autopsia realizada por un experto medico del sur de Francia, la victima era un anciano de 85 años que carecía de dientes y que murió previamente a que le cortaran las manos y los pies: no murió desangrado.
Muchos pensaron que el anciano fue victima de en un ritual satánico, pero otros creían que un asesino demente había sido el verdadero culpable, en fin, el caso se cerro por falta de pruebas y el London fue el primer periódico en publicarlo.
“Extraña muerte en Smithblack park”, decía el encabezado de la portada del periódico.
Ed y Bob se alejaban de la ciudad con dirección al bosque de coníferas. Las casas se hacían más pequeñas y las calles más amplias, con innumerables ventiscas que saturaban el ambiente con la nieve del suelo. El cielo estaba triste, carecía de estrellas y luna.
La caminata fue considerable pero los cigarros mantuvieron en ritmo a Bernahi hasta la llegada al bosque.
El bosque era profundo y espeso, con innumerables arbustos, árboles gigantes, cubiertos de nieve en sus copas, y con una tierra húmeda oscura muy fría. En aquel bosque, se podían apreciar muchos vacíos. Tierra sin vegetación.
—¿Ves aquellas luces? —pregunto Ed a Bob cuando estos estaban a unos metros dentro del bosque.
—Si, creo que si —contesto al ver dos matitas amarillas en lo profundo del bosque, como a 300 metros.
—Allí deben estar los policías —concluyo al ver algunas sombras.
Los dos se adentraron más al bosque en dirección a las matas amarillas. Bernahi sentía la fría brisa que recorría el bosque y removía las ramas de los árboles haciendo parecer que estas tuvieran vida.
Luego de recorrer como unos 100 metros Ed escucho unos susurros de espanto y llanto donde estaban los policías. A medida que avanzaban estos llantos se acrecentaban hasta llegar al éxtasis puro y al desenfreno. A 100 metros de la escena del crimen, Bob y Ed comprendieron las sombras: 10 policías, 4 caballos, innumerables periodistas tomando apuntes y unos hombres vestidos de negro. “¿Quiénes son estos?”
—Nos ganaron Bob, nos ganaron los amarillistas.
Los dos se aproximaron a los policías a preguntarles ¿qué había pasado? pero estos parecían idos. Bernahi se acerco a un oficial y le pregunto sobre el crimen.
—¿Quién es usted?, ¡lárguese de aquí! sino quiere que lo arreste.
—Soy de la prensa… —dijo Edmund al policía pero era demasiado tarde, el también vio la palia profunda. Sus ojos se volvieron enormes y Bernahi quedo completamente perdido al ver la expresión de Bob y del policía como si hubieran visto al mismo demonio.
Los ojos de Bernahi temían tornarse a la fosa profunda —que era visto por todos como la misma concepción— y adivinar que era lo que escondía entre sus sombras.
Unos pies sucios y peludos sobresalían de la oscuridad de la palia, estaban descompuestos y emitían un hedor profundo. Bob sintió asco tapándose con una mano la boca instintivamente al verlos.
Escrito por L. C. Nevers
Primera parte de la introducción al libro “La calle 223”
Del 12 de junio al 16 de junio del 2008