viernes, 14 de noviembre de 2008

EL PROBLEMA DE MIS CIENES

Vallejo no tiene nada que envidiarme, esta es la mas quemada.
Ando con mis manos Húmedas

Por la vereda siento el frío que congelan y queman mis huesos, mis tendones, mis miocitos y que

la STH me encoge como hace a los pobres aldeanos de los amplios valles secos

El sumiso calor me opaca los dedos y mi vista no es buena ni siquiera para divisar un estruendo

de más allá

Caigo en vértice de capsulas y en fríos bancos de las pocas calles y plazas que cohabitan

Me mareo por el LSD y el DSP que me comentó el medico sureño

El polvo me ahoga y mi hígado no produce bilis, se arruga y se avecina la fiebre

Encrespo mis pies inertes y siento puentes en mis cabellos

La blancura de la píldora roja o la píldora azul me empaña y me ciega el ciclo respiratorio

No doy NAD ni nada, ni reduzco H+ o H- pues mi vida es de lo peor

El FADstidio que siento, me vuelve a retornar a una cuestión y los músculos de mis pies y mis

carpos, no reaccionan

Mi sartorio se ahoga en acido lactico y mis costales funcionan mal por causa del ATP

Mi cricoides se cierra y mis nervios oculares se oscurecen, los gusanos y bacterias devoran mis 7

metros de intestino finalizando en un opaco duelo de mi coli y typhi

Mi nefro, mi pleura y mi cardio dejaron de trabajar, renunciaron ayer y se fueron a otra fábrica

más sana y sin chimenea, sin días de parranda de fermento de hierbas

El n o 2n se detuvieron al unísono junto con lo que quedo de mi esencia misma

El fin de mi poema es dado por lo poco gris que queda en encéfalo y lo que dijo mi enterologo

Alucivo a los poemas biologicos del gran poeta de Huamachuco

LA QUE CONOCI HACE VARIOS SEGUNDOS

Este poema esta cortado y modificado. Para ti, mi amada y cercana diosa, venerada por mil novas
En sus profundos ojos diviso un mar de castaña y nuez fría y seca, dulce a mis ojos, a mi lengua
Un bello paisaje en los raros valles claros y cremas como un poco de manteca y luz le pusiesen un
fondo de ternura profunda
Siento tu piel gélida y tiesa como si el miedote invadiese al tocarte, como si mis manos se cayesen
al solo pasar mis dedos por el color de tu terso cabello, me siento nervioso, con miedo pero así me
gusta: soy masoquista y extremista
Un idiota que fue alcanzado por una zaeta por algo con plumas de murciélago
Desearía estar a tu lado siempre pero tu ríes y yo no se que hacer, odio lo que dices o porque un
idiota te hace reír, solo se que puedo brindarte todo lo que siento, que me gustas y que yo puedo
amar estupideces, si lo quieres me reiré como quieras
Tu fina figura me recuerda a las viejas diosas de Grecia que murieron con Picasso, Pollock o
Monet o con aquel Botero de gordas exageradas.
El sol te cae y siento ganas de besarte y tocarte
El miedo me acalla el placer pero yo no se que sucederá
Solo quiero verte otra vez en el sitio que quieras asi con tu risa en cualquier momento que veo
tus ojos o cuando dejas tu suave cabello caer que huelen a flores y a jabón

domingo, 9 de noviembre de 2008

5301

Este poema esta cortado
Es el fín

Cerca esta de mi ciudad

Cerca esta de mi locura

Puede conseguirse dolor y pena, esfuerzo vano y estúpido por algo de agua, por algo de paz.

Se acampana las aves en la catedral

Los hombres pierden sus manos, y caen como fieras sin razón.

Envuelto en cenizas profunda y en vapor negro.

Futuro indescriptible y soluci ón inesperada . Acallar el dolor de piernas por algo de humo y sudor,

Compactados como peces fríos y pelados esta ya todo lo que quedó y terminó al final de la carrera.

El fuego del Alba y el frecuente clima pueden dar el inicio de TODO

Es el fín

Al final de la escalera

Tu sabes que es para ti, venerada diosa
Esperare en la paciencia de mis nudos

Descansare sobre tus pechos suaves y dulces

No me preocupare sobre lo burdo o fatuo

Arremolinare sobre mis dedos a tu vientre

Las palmas de mis manos tocan tus piernas tersas

Vida tiene tus manos que tocan y presionan

Tus piernas se envuelven con las mías como cobras

Me hablas al oído y mis ojos no te hallan

Se encuentran nuestros labios y los tuyos gimen

Al pie de la escalera, tu silueta brilla

Tus dedos se adentran más a mí, me acechan

Te mueves como un pez y yo beso tu alma

Te posas sobre mí y siento tus muslos tercos

Nos tocamos las manos y me miras a leguas

Elevas tus oscuros cabellos a mis codos

Escalamos una gran montaña sin tregua

Toco tus hombros y beso tu oído con pasión

Junto tus rodillas con las mías para sentirte

Y en mi corazón y mi mente, miles de incos

Veo el cielo, la luz, la nada, lo inerme

Escalo las montañas envuelto en mil dunas

Enormes valles con leve vegetación tibia

Profundos abismos y finos caminos llanos

Para encontrar bosques agrietados y minas

El dulce fruto como un durazno muy fresco

Me elevo a los cielos y contemplo dioses

Tus pies albos se elevan como nubes negras

Y siento tus muslos en mis hombros dando voces

Veo el cielo otra vez, sintiendo punzadas

Encoges tu cuello y tus piernas, besándome

Te elevas al cielo al cielo y caes en zancadas

Mis dedos tocan tu espalda blanda a volver

Piso firme el suelo y me abrazas sutil

Firme avanzas y elevas el rostro, tu ser

El cielo es mi amigo, me siento en el, sol

El frió sudor como una vereda verde

Zigzagueo la palma de tus pies a lo alto

Y hacías mis cotados con mucha firmeza

Luego culmino recostándome a tu lado

Dormimos por temor al final de la escalera

jueves, 2 de octubre de 2008

El hombre y la bestia

Sus ojos permanecían fijos buscándole a los pies unas rodillas y unos muslos encontrando solo sombras y policías que empujaban a los periodistas y a los mirones lejos de la fosa.
Aquella fosa era muy profunda porque aun con luz no se veía el fondo de esta.
Ed analizaba aquellos pies como un arqueólogo, huesos fosilizados; sus ojos se movían de un lado al otro y brillaban por las fuertes luces de los faroles que rodeaban la palia, firmes como postes de luz alumbrando el oscuro bosque de coníferas, ya que eran lo único que alumbraba en aquella suma de oscuridad.
Pasaron varios minutos y luego de los inútiles intentos de los policías por alejar a los periodistas de la escena del crimen, acaso ¿alguien había mencionado que aquello era un crimen? era obvio, estos se resistían y empujaban, es más, se acercaban peligrosamente a la palia y si no fuese por un noble hombre que se encontraba cerca de la orilla, una mujer hubiese caído y muerto en aquel hueco. Aquel suceso fue el colmo del vaso, luego de unos minutos llegaron más policías y mandaron a todos los periodistas y mirones a sus casas, escoltándolos en dos carrozas.
Bernahi y Ed fueron los últimos en irse. Habían pasado 1 hora desde que los dos habían llegado al bosque y ninguno había apuntado nada sobre aquella “exclusiva”, el pretexto de Edmund por ver aquel cadáver. Si aquello era un cadáver, producto de un terrible suceso, un asesinato.
Eran las 9 y 50 cuando Edmund consultó el reloj sentado en una esquina de la carroza al lado de Bernahi. Este miraba sigilosamente por todas partes, tanteando algo, observando al policía que conducía la carroza y el camino. No habían pasado ni cinco minutos desde que los dos subieron a regañadientes en el transporte cuando Ed le dijo a Bob que lo siguiera, Bob lo miro algo confuso luego comprendió que él no se rendiría fácilmente.
A unos metros de la palia, en donde las sombras de las coníferas se hacían enormes y la luz de los faroles no llegaba, Edmund salto de la carroza seguido de Bernahi hacia el suelo húmedo. Ni un policía notó la caída de los 2 hombres pero los demás periodistas pretendían saltar también, fracasando al ver llegar dos escoltas de caballos que no creyeron sus argumentos sobre dos locos perdidos en el bosque en busca de una “exclusiva”. El chofer del carruaje era indiferente.
Pasada las 10 de la noche cuando cada familia en Londres arropa a sus hijos y despide a los padres a una fiesta, cuando los amigos se reúnen en las tabernas o las fiestas y la policía prepara los fireworks que estallarían en los incontables palacios de la ciudad, 2 hombres apuntaban ciertos datos sobre una extraña muerte.
Todos creyeron en un accidente pero la preparación perfecta de un asesinato se hacia más clara y menos difusa en medida que los policías investigaban el lugar de los hechos y dejaban descender faroles de potente llama hacia la profundidad de la palia.
Aquellos pies putrefactos se convertían en piernas sin rodilla, luego la luz del farol alumbró un costado de la fosa, que tenia las paredes lisas a cierta profundidad, e hizo brillar una punta como de lanza que sobresalía probablemente de la base de la fosa. El farol descendía lentamente, meciéndose como un péndulo eterno. Unas rodillas se formaban de las sombras y unos muslos aparecían como dos trozos de carne hedionda, la piel era transparente y los bellos del muslo eran más bien como canas rizadas.
—Desde aquí ya no puedo ver nada —susurraba Edmund a Bernahi desde lo alto de un árbol de ramas firmes y blancas—. ¿Que te parece si descendemos y nos acercamos a esas matas para ver mejor? —decía Edmund mientras observaba algunos arbustos que se encontraban a pocos metros del agujero.
Bernahi asintió y pasado unos minutos de cuidadoso descenso tocaron el piso con un golpe que fue amortiguado por la nieve y la tierra húmeda.
Ellos se acercaban sigilosamente por las matas hasta llegar a la más próxima a la palia. Los policías seguían tirando de una cuerda para descender más el farol y en medida que lo hacía sus rostros se comprimían con asco y terror. Bob y Ed aun no podían ver la palia pero los rostros de los policías le develaban que había en lo profundo del hueco.
Las sombras se desvanecían dando a notar más carne, unas nalgas flácidas y una espalda recia y ancha: era un hombre. Los policías que no sostenían el farol escribían en pequeños libros sin detenerse. Los dos hombres escondidos en los arbustos, se aproximaban por los vacíos de luz, que aparecían por causa de los enormes árboles, para que no fuesen descubiertos y para asomar más sus rostros expectantes frente a la palia. El cuerpo fue completamente iluminado y unos cabellos brillaban de una cabeza sin rostro.
—Es un anciano —susurro un policía, sintiendo un horrendo déjà vú.
Dagdam Dumont, un policía de raíces tunecinas, fue uno de los 5 policías que cargaron el pesado cadáver del anciano que fue hallado en el parque Blacksmith hace un año. Dagdam recordaba claramente la visita inesperada de un sastre a la central de policía que hablaba entrecortado sobre un bulto que atraía a los perros callejeros. Al llegar con cuatro policías al parque verificaron el cadáver que expedía un olor penetrante a alcohol y a carne guardada. Con una navaja cortaron la tela que cubría el rostro —en realidad, cubría todo el cuerpo— pero hallaron solo un bulto de paja. El eximio carecía de cabeza, pero aquello no fue lo único que llamo la atención de los policías. En toda la tela se habían escrito marcas grandes con una tinta ocre, marcas nunca antes vistas por los policías y mirones que merodeaban la zanja donde el cuerpo yacía. Dagdam no dudo en dibujar los símbolos en un cuadernillo que siempre llevaba a todas partes. Por la complejidad de los símbolos, el policía dibujaba cada uno de ellos en respectivas carillas de hoja y uno que otros en dos carillas debido a su abundancia de líneas y formas.
Luego de casi un año, Dagdam sabía que jamás olvidaría aquellos símbolos que lo atormentarían de incertidumbre el resto de su vida hasta encontrar el verdadero significado de cada uno.
La noche se hacia más fresca con el pasar de las horas a tal limite que se hacia insoportable tolerar las brisas gélidas que venían del polo meridional. Todos tiritaban de frío pero los ojos de Dagdam revelaban una calentura que provenía de su interior como una llama cautiva que aparecía como un colmo de ignorancia. Del rostro frígido del cadáver se había inscrito una marca que Dagdam reconoció comparándola con sus gráficos del cuadernillo que llevaba siempre a todas partes. Pero algo nuevo se formaba de las cuencas del anciano, un brillo rojo, seco pero de color vistoso. El farol alumbro los ojos del cadáver pero no los encontró.
—¿Quién le pudo haber hecho esto? —pregunto triste el jefe de policía. Aquellos ojos en las cuencas habían sido reemplazados por dos filudas puntas asemejadas a las que el farol descubrió de las tinieblas hace unos minutos. Después de escribir ciertos apuntes finales en el librillo, Dagdam y otros dos policías se percataron que el cadáver no se hallaba suspendido en el centro de la palia sino a un costado, como si faltase otro cuerpo a un lado haciéndole compañía. Es más, el jefe de policía concluyo que un asesino jamás cavaría una zanja tan grande para un cuerpo tan pequeño y menudo. Pero eso es en el caso de un asesino normal. El hombre que le había hecho esto a aquel pobre anciano se había alejado bastante de la definición de un asesino normal, era probable que haya hecho más locuras en la escena del crimen.
Los policías, con la ayuda de cuerdas, sacaron al eximio y lo recostaron a un lado de la palia. Luego de unos minutos llegaron dos policías, uno en carroza, otro a caballo. Estos policías envolvieron en gruesas telas al cadáver y lo llevaron en la carroza hacia la cuidad, probablemente a la morgue para su pronta autopsia.
Cuando Ed y Bob percataron la marca en el rostro del anciano, a Ed se le vino a la memoria una noticia de hace una par de meses. Eran las 10 y 40 de la noche y ya los fireworks reventaban estrepitosamente en cielo gris de la cuidad en expectativa del nuevo año.
En un caluroso día de julio, cuando el piso pavimentado ardía como una enorme sartén y las aves revoloteaban sus alas, sedientas de agua, en el río Tamesis, Edmund Endwistle, aquel reconocido periodista que se forjó en las eternas aulas de alguna desconocida universidad del norte, preparaba una nota que cubría un nuevo descubrimiento científico. El gran periodista no comprendió muy bien el significado de las ecuaciones, pero, por lo que le habían contado otros conocedores, todo se enfocaba en demostrar de una manera diferente, «¡más práctica, Sr. Endwistle, más rápida! —apresuraba a decir el científico», la teoría de Newton, sobre la gravedad.
“Gran cosa —se decía para si, Ed— perder el tiempo en algo que ya esta resuelto.”
Pero se vendió el London, como pan caliente, que más podría quererse.
El núcleo del asunto es que aquella noche, un 26 de julio, Edmund había salido temprano del London y se había dado con la sorpresa que llovía a cantaros, como nunca había llovido en Londres antes. Aquella situación hubiera y es un fastidio por parte de la naturaleza para cualquier mortal, pero para el gran periodista es un regalo caído del cielo. “Una noticia”, para su ojo astuto.
Al instante, Ed regreso a su oficina para escribir la noticia y luego dejarla en los pendientes para la imprenta. En el transcurso que hacia el cuerpo de su noticia, sentía leves vibraciones por todas partes: la lámpara; las plumas, que se agitaban de su portador; la maquina, que rechinaba sobre la mesa y, finalmente, unos folios de otra oficina que caían estrepitosamente. Edmund ignoraba aquello, creía que eran solo leves sismos. Pero cuando estaba a punto de acabar su noticia sintió un fuerte movimiento que, a parte de remover todo su escritorio, lo lanzo al techo de su oficina. El hombre se golpeó fuertemente con el escritorio y cayó inconciente. Luego de largos lapsos de sueño y raras fantasías que, desde su niñez, el jamás había soñado, se despertó en una cama de hospital, vendado en la cabeza, con suero en las venas y cafeína en los dientes. Al ver a una enfermera que pasaba por la ventana del cuarto donde retozaba, ¡imagínese uno! ¿cuántos días?, le grito fuertemente para que le escuchara:
—¡Usted, señorita! dígame, por favor, ¿qué día estamos? —La mujer lo miro horrorizada, como si hubiese visto un fantasma y salio corriendo como una alma condenada. Después de unos minutos llegó un doctor y le contó varias cosas a Edmund que lo perdían y lo hacían sentir como un amnésico.
“Hoy es 4 de febrero de…”; “¡4 de febrero! —dijo sorprendidísimo, Ed— ¿acaso he dormido más de 3 meses?”; “3 meses y 25 días”
En lapso que permaneció dormido se había perdido varias cosas: el caso del asesinato en Blacksmith, por ejemplo. Pero lo peor de todo era que no había podido cubrir la noticia de la fuerte lluvia ni del extraño terremoto que sacudió la ciudad aquel día.
Frente a sus ojos, el eximio era envuelto y montado en la carroza; se termino la exclusiva —pensó Bernahi— pero se equivoco, Edmund le había dicho que irían a la morgue a conseguir más información a lo que Bob rechazo rotundamente.
—Ni creas que voy a ir, ya es suficiente que no hayamos bajado de la carroza, arriesgándonos a pasar el fin de año en una mugrienta cárcel.
Ed ya no tenia nada para convencer a su amigo así que accedió a ir con el a la taberna y celebrar el año nuevo, como dios mandaba.
Se encaminaron hacia la ciudad, tiritando de frío y riendo de los chistes más groseros y las experiencias más libidinosas de Edmund en sus viajes a Europa. Luego de unos minutos, los dos hombres fumaban del suave tostado y del más penetrante olor a caoba que un Lucky strike podría darle a cualquier mortal, sediento de nicotina en un desierto conservador.
—…yo no quería hacerla sentir mal con el comentario que le hice sobre sus raras costumbres, pero ya ves que las mujeres son un mundo raro. Decía Edmund mientras se encaminaba con Bernahi a frog´s mirror.
La caminata de regreso a la ciudad fue corta, con la ayuda de los cigarros y las raras experiencias de Edmund todo parecía gracioso y grotesco. La noche era calida y la nieve caía como gotas blancas sobre el suelo níveo. Las casas expedían de sus chimeneas un humo gris que hacia raras formas en el cielo y los pirotécnicos que no paraban de estallar en el cielo iluminándolo hermosamente con formas de estrellas, palmeras; una lluvia de luces. En la calle Belueur, los dos hombres entraron en una taberna que se hallaba a 6 cuadras de donde Bernahi vivía. Era frog´s mirror, conocido en toda la ciudad por su innumerable variedad de bebidas y devoción por celebrar a lo grande el fin de año, su día de inauguración. Con más de 40 años encima, la taberna se acercaba al medio centenar. Bernahi percato que aquel raro cartel que pendía de la parte alta de la fachada (que en particular, nunca le agrado) había sido reemplazada por otra más seria que rezaba en letra romana: FROG´S MIRROR where everyday is new year´s eve.
—Llegas tarde… —un hombre, que se movía graciosamente en la barra, miro su reloj—…llegas 2 horas y media tarde. Luego de esto rió y le pidió al cantinero otra ronda. Eran las 11 y media de la noche.
De bebida en bebida, jarra en jarra, cuenta tras cuenta cancelada previo al nuevo año, parecía que los compañeros de Bob habían estado celebrando por largas horas pero solo habían pasado 15 minutos. Fue entonces cuando Lou, uno de los amigos de Edmund, le servia una espumosa jarra (si, todos tomaban un jarra por cabeza) a este luego que el mesero le alcanzara 3 voluminosos recipientes que vibró una jarra que se encontraba al borde de la barra y se cayo, haciéndose añicos y esparciendo un liquido amarillento y espumoso, como orine. Luego vibró el estante, haciendo bailar a las innumerables botellas de cuantos años de añejamiento y haciéndolas caer y a otras reventar por las miles de vibraciones en poco tiempo, escupiendo sus tapas o explotando como bombas de burbujas. Finalmente todos los ebrios cayeron pesadamente, como costales de abono sobre el suelo, desparramándose, escupiendo y vomitando. Bernahi, en el suelo con todos, sintió calma: todo ceso. Pero los ojos de Edmund seguían fijos como si hubiese visto lo que se avecinaba. Ed recordó algo y salio corriendo fuera del bar, fuera de la calle, fuera de la ciudad. Bernahi sintió algo profundo y lo siguió como si supiera que pasaría, pero no sabia que. Su mente ausente pero sus sentidos y su cuerpo inmersos en el hecho. Cuando salió Bob a la calle, cuando corría fuera de la ciudad, un fuerte movimiento, que arremetió contra las casas, volcó las carrozas, desespero a los caballos, derrumbo los edificios, golpeo sus carnes, lo lanzo hacia el bosque. Bernahi se elevo como unos 30 metros en el aire y callo en la nieve, hundiéndose más de medio cuerpo. La nieve no lo atrapó, el salió fácilmente y corrió hasta el bosque, en busca de Edmund pero no lo volvió a ver. Se adentro al bosque, este parecía intacto frente al fuerte terremoto, y percato la nieve en las copas, ni la nieve cayó, concluyó que todo había sido en la ciudad: el terremoto que le habían contado, el que golpeó la cabeza de Edmund el 26 de julio.
En la profundidad del bosque, escucho un rugido, como un ronroneo despertante, Bob sentía temor pero se acerco hacia el ruido. Unos ojos blancos, se hacían grandes desde unos extremos de las sombras de los incontables árboles, que eran redondos y vidriosos, se intensificaban y luego se desvanecían lentamente. Bob se acerco más y percato que estaba en un vacío. Los ojos crecieron pero unos bordes cuadrados aparecieron, precediéndole, avanzaba con cuidado, moviéndose rápidamente hacia Bernahi que cayo de espaldas con el rostro blanco.
“Fue entonces el momento en que el gran reloj dio las doce campanadas”.
Era demasiado tarde, el año fue consumido y uno nuevo empezaba, corriendo los segundos, los minutos, las horas, los días, los meses para luego terminarse como el anterior. Bernahi, recostado en la tierra, jamás volvió a ver a Edmund.
Escrito por L. C. Nevers
Segunda parte de la introducción al libro “La calle 223”
15 de setiembre al 30 de setiembre del 2008

viernes, 5 de septiembre de 2008

Trilogía espacial

I. APOLVS

Diademas en el alto cielo, brillan como ciertas cabezas al ver su inmensidad

Sobre lo más recóndito del cielo, un bello disco de oro parece brillar

Recuerdos profundos y estepas enormes, son los que se jactan de no descansar

Atisbos paganos y antiguos rituales, son aquellos ocultos por el gran Aldebarán

Cuadros profundos, enormes destellos pululan en el fondo de la sopa negra

Finita paciencia y devoción eterna hurtan el brillo del viejo dios aquel que no brilla en primavera

Barato en su interior pero incalculable en su esplendor, busca viejos gases

El polvo y las piedras son un festín, buscan un caballo hecho de luces

Cruces y osos son guías, puntas en el cielo que parecen parpadear

El bello disco no se enfría, puntos en el pecho ya que el calor esta por comenzar

Incontables décadas y resueltos siglos demuestran que el señor del día va a agonizar

Crecerá pero luego será pequeño, olvidado en el profundo océano donde yacerá

El cariño a todo ser que brindo cobertor, al fin se sumirá en un crudo frió

Cada materia sucumbirá sin protector y los rayos se irán como un rió

Se extinguirá como una polilla por causa de agua, de frió y de nieve

Cada estrella vera su defunción y se lamentara de haberle visto en su auge
***

II. CENTAVRVS

El viaje es mucho y yo ya colgué mis prendas

Reposo hoy en un cercano a ninguna parte por el Orión

Yo recuerdo aves, busco plantas y termino en partes

Confundido, opte por descansar en verdes llanos y no en rocas de gas

Ya que no dormiré en frió de centaurus, solo quiero contemplar su luz

Riendo y durmiendo en 6 soles cerca de mi hogar, donde pueda acogerme

No remembrare tristezas

Seré feliz, dormiré sobre el frió humus

A viaje sobre centauro, el viejo equino pensante, yo no conseguiré descanso

Solo en su belleza de valle, luz, frío, pensante olvidare este momento
***

III. LACTVS

No he visto su luz

pero conozco un poco al verla y probarla

Al recostar mi rostro

el universo se hace eterno

El placer es corto

pero el fruto de su pudor me enseña a su

compañera, la muy

aherrojada por mil novas

Es frío, acido pero

dulce porque lo vi desde el Discovery

y aunque no se nada

el viaje es para ella

Cuenta con cuatro colas

y yo me enfoco en el sistema del sol

Siento mis dedos cerca

al abismo y caigo en mil almohadones

luego siento eternos dardos

en mi cien como llagas positivas

Desciendo al oscuro infierno

y soy feliz para luego ascender

Observo la Tierra y Marte

y están frente a mis ojos

Se cubren con gruesos asteroides

pero ahora veo volcanes y

mares, la vía es blanca

pero a veces no muy blanca sino amarilla

A veces el Sol cae a mis ojos

y yo bebo el lacto espacial

navego el sinfín

en la vía de su amor hay por contar

Eternos mares y un solo

y frío volumen que abunda en hedos

Envuelto en vagas rocas

y en millones de soles y solo

enfoco con acercarme

hasta sentir un toque, allí es cuando

me alejo y ella

por el frío conglomerado cae y expira

arremolinada en sabanas

con eternos alientos y Mnns
Escrito por L. C. Nevers, aun no recuerdo cuando los hice.

sábado, 23 de agosto de 2008

Extraña muerte en el bosque de coniferas

Eran las 8 menos 10 minutos cuando Bernahi termino de escribir su último cuento para el diario London News, su cabeza estaba caliente pero sus manos ya se entumecían por el jugar con hojas y el llenar su pluma de tinta.
“Recuerdo que este se hacia 4 cuentos en una noche”, comentaba el jefe de área a un asesor.
Por mas de diez años, el no ya tan joven Bernahi había hecho como dos caminatas alrededor de la tierra con sus escritos y sus miles de redacciones, cuentitos y miles de comentarios a obras de Moliere y Shakespeare, desde un raro refrito de uvas y cerdo hasta ‘lo mas sublime que he visto’.
Sus cuentitos en la sección Fair tales of Britain no eran la gran cosa pero uno que otro se hacia comentarios enviados por carta, incluso uno enviado por la misma reina pidiéndolo al escritor que le enviase uno a manuscrito y con su firma.
«Es para mi hijo que es aficionado a sus cuentos», decía la carta.
Las obras de teatro eran otra baraja en mano izquierda de la ajetreada pero extrañamente rica vida de Bernahi. Sus ojos se caían y su cabeza bailaba buscando una almohada en unas y en otras no sabía como ponerse el dulce de nuez en la boca con los ojos rojos y el calor de los pies en un vórtice por la impresión.
«Bravo, bravísimo, que hermoso» o «Que fue esta mierda, que perdida de dinero, revivir un clásico con efectos modernos es lo mas patético». Pero como pensase era su trabajo ir a los theater y verse como mínimo 4 obras en un mes comentando sobre esto. «Es como bailar con una escopeta en la cabeza, no sabes cuando te mata o te protege». No sabes cuando es muy bueno o muy malo.
El no muy joven, pasaba sus años en el teatro, en su trabajo, en su departamento (por horas, solo a dormir, terminar el trabajo, fumar, juntar y admirar sus logros terrenales), en cafetines, tomándose un green tea de los chinos o comiéndose, con apuro, panecillos de almendra y leche. Si, su vida parecía un cuento medieval pero con tanto humo y esclavismo laboral, no era una gran vida que llevo, lleva y llevará el resto de su vida, estancado en un cómodo departamento con un no muy bien remunerado salario que mas parecía un jornal.
Recordaba como ayer, mientras le ponía los “últimos puntos a las íes” a su ensayo, cuando tenia 19 años. El día en que en una fría tarde encontró en el London un anuncio (en la época en la que contaba con un ridículo arte amarillo en la que la letra ‘London’ se asemejaba a un anuncio circense y parecía de aquellos periódicos en el que uno solo ve pocas prendas); se buscaba a un redactor sin experiencia, ni con mayoría de edad, Oh!, pero sin goce de sueldo en dos meses. “Esto es mío”. “Pero sin goce de sueldo, ¿como?” pensaba Bernahi.
Fue entonces al abrigo de su tío que se comprometió a darle todo lo necesario para que viva en un apartamento cerca al periódico y para que pueda solventar todas sus necesidades primarias (comida, cigarros, licor y algo de diversión).
—Este es un buen trabajo, hijo, tu padre…—al verle el rostro cabizbajo—… es un idiota. Haz lo que te digo. Además —dijo con un rostro extraño—es tiempo de que salgas de aquí.
Bernahi se acostumbro a su trabajo, se amigo con el jefe y con varios compañeros, se enamoro pero termino con mujeres ‘equivocadas’ en algunas cosas.
En 10 años solo rescato 30 libritos de cuentos que comentaban sobre sus experiencias y sueños extraños producto del ron y el vino, gastaba como más del 25 por ciento de su sueldo en cajetillas de cigarro y habanos costosos.
En sus años en el London sentía nostalgia porque sabía que muy pronto iba a abandonar ese empleo. Y ahora tan lejos de casa, de los maltratos del padre, de los castigos del tío, de la indiferencia de su madre, se hallaba frente a 20 cuentos ya terminados en su escritorio “un nuevo record” redactados a mano por casi dos días de amanecidas. Bernahi sabía que el London publicaba un cuentos suyos cada domingo, en total 4 o 5 cuentos al mes, y uno o dos comentarios por obra (como amerite el ajetreo dramaturgico) cada sábado en The column of art, pero el quería descansar y temía perder inspiración, así que apresuro su trabajo. “Esto es oro” dijo al recordar algo.
—Termine —dijo a la nada, feliz y satisfecho, con un brillo leve en los ojos.
—¿Que terminaste? —pregunto un hombre que apareció de lo profundo de un pasadizo (el cual te llevaba a la recepción si tu lo seguías hasta donde moría, en una pared oblonga).
—Mi trabajo del mes —dijo emocionado, pero con los ojos ojerosos y cansados.
—No juegues conmigo…ven aquí, yo y los muchachos nos vamos a una taberna —consulto el reloj—. Solo faltan 4 horas para el fin de este año y queremos celebrarla en grande, como dios manda.
—No puedo ahora, pero les alcanzare en una hora —concluyo después de pensar un rato.
—Bueno…pero no te acobardes como la última vez.
El hombre se retiró por el pasadizo de donde apareció y Bernahi esperó hasta que este cerrara la puerta, que se hallaba al lado izquierdo del pasadizo, para coger sus cosas y retirarse por la puerta de salida, que se hallaba al final de una escalera.
Cogió su café, sus folios negros, su saco y sus guantes. Como era de su costumbre, se puso el saco y los guantes en el tiempo que se tardaba subir las escaleras enfraneladas. Estas escaleras estaban pegadas a la pared y cuando Bernahi subía, como siempre lo hacia, se percataba que sus oficinas no eran mas que escritorios improvisados en un sótano del edificio mas alto de toda la manzana.
Fue el ultimo en irse, apago las luces con un chasquido seco del interruptor y se dirigió a la calle, abriendo la puerta levemente. El frió era intenso y el aguanieve revolvía sus cabellos, helándole las mejillas y la nuca, pero sintiendo un calor en los ojos y en la cabeza.
Ignoro las luces coloridas y los muérdagos secos, miró de esquina a esquina frente a la ingnomiosa calle Belueur y noto tres carruajes, los cruzo y la nieve fresca envolvió sus pies, demostrándole la persistencia del frió, del invierno mas gélido de todos.
Se enfilo en la vereda del otro lado de la calle en dirección sur, caminando con una mirada cansada y frotándose las manos por la brisa envolvente. De uno de sus bolsillos del saco, saco una cajetilla de cigarros, y se prendió uno mientras observaba la vitrina de Becky´s que mostraba un hermoso pastel de almendras. Luego de unas calles percato aun abierto el Duck´s step con gente amotinada en lo que Bernahi concluyo una partida de poker (de los grandes) ya que no paraban de servir cerveza. Acomodándose la chalina oscura, se recogió el cabello para atrás y empujo la puerta de ventanas opacas de la grosería Babiee´s ingresando al momento que escuchaba una campanilla y sentía pasos como de tacones golpeando madera seca.
—¿En que lo puedo ayudar? —dijo una voz sobria.
—Vera…—Bernahi se quedo un rato mirando el estante principal—. Pues no se… —sus ojos, perdidos por la variedad de dulces, escrutaban los barriles repletos de golosinas—. Déme 60 colillas de gusano… —concluyo al fin—…y 90 piezas de maní glaseado.
El hombre utilizo una cuchara blanca para coger las golosinas y puso las colillas y los maníes en bolsas diferentes, las envolvió y las puso en una bolsa ligeramente más grande.
—Son 4 libras… —se detuvo un instante—…pero porque es mi último cliente en el año, no se los cobrare.
—Gracias —dijo Bernahi, algo extrañado pero contento de no gastar sus últimas 4 libras.
Ya fuera de la grosería, avanzo como 2 calles más hasta llegar a un edificio de 3 pisos, abrió la puerta de madera (la cual estaba sumamente fría y húmeda) siguiendo un pasadizo semejante al de su trabajo hasta encontrarse con una pared y a un costado, una escalera.
El hombre subió la escalera hasta llegar al último piso, siguió un pasadizo más corto hasta la puerta que se hallaba en lo más profundo de esta. Frente a la puerta (que tenia unas números color dorado que rezaba 314) introdujo su llave y sintió un chispazo en la cabeza. Había dádose cuenta que había olvidado sus redacciones en el trabajo. “Debo regresar”
El hombre abrió su puerta y dejo sus folios y demás cosas para regresar por sus preciados apuntes. Estos apuntes eran más valiosos que cualquier cosa dentro de su departamento y que “su propia vida”. Eran sus ideas y él, como egoísta declarado, no permitiría que nadie se apodere de algo que es suyo.
Bernahi regreso a sus pasos, siguiendo el pasadizo, bajando las escaleras hasta la puerta gélida y de allí a la calle, atravesando las tres tiendas hasta las oficinas de la London…
Pero en el camino de Duck´s step a Becky´s se encamino a una calle muy angosta y desabitada (que el jamás había transitado) de donde un faro enletrado rezaba: Decklard st. Lo raro de todo esto era que la ‘calle’ no tenía más que una cuadra de extensión, donde moría en un muro de una unión de dos edificios. Fue cuando entonces oyó el ruido de unos galopes estrepitos y un jadear de equino: era la policía montada, muy presurosa con otra misión que cumplir y, sobre todo, con una buena noticia que contar…
—Shhh… —dijo una voz leve al momento que una mano fría le tapaba la boca a Bernahi—. No te haré daño.
Bernahi por poco se sintió en medio de un plagio que podría terminar en un asesinato sino fuera porque había reconocido esa voz, una que escuchaba todos los días.
—¡Maldita sea, Edmund!, casi me matas del susto —la peculiar risa de Ed no dejaba chance a los reclamos de Bernahi.
—Tú siempre de mal humor, pobre de ti, Bob, jamás conocerás lo que es reír.
—¿Iras con los muchachos a frog´s mirror?
—No, y sé que tu tampoco, yo te conozco… —sus ojos se alejaron de Bob y se concentraron en la calle por la que habían pasado, como en una redada, los policías montados—. Pero podemos aprovechar esta noche para ganar una exclusiva.
—¿Exclusiva?, ¿algo sobre los policías?
—Sobre un crimen, pichón.
—¿Que crimen?, ¿acaso los policías que pasaron fueron al lugar donde ocurrió aquel asesinato?
—Asesinato, homicidio, lo que sea que fuere es de revuelo, así que no me lo perderé.
—¿Quiere que vaya contigo allá?, si es así no lo haré, yo iré con los muchachos a pasar el año nuevo.
El hombre rió sarcásticamente.
—Vamos, no te quitara sino ¿cuánto? una hora —el hombre consulto el reloj—. Son las 8 y 30, vamos a ver aquel asesinato, hago unos apuntes y luego nos vamos a la taberna a pasar el año.
Bob lo miro serio pero con algo de curiosidad.
—Hey, compraré una cajetilla para fumárnoslo en el camino, que dices.
—De acuerdo pero solo una hora. Como todo amigo, Ed conocía de qué pie cojeaba Bob.
Así entonces los dos hombres se encaminaron por Belueur st. siguiendo las huellas que las carrozas y los corceles dejaron marcado en la nieve. Bernahi no tenia ni la menor idea de a donde se dirigía, es más, ni siquiera sabía si lo que hacía (o lo que estaba por hacer) era algo conveniente para él. “Un crimen”
Esto le recordó a un suceso parecido el año pasado, un par de días después de la víspera de navidad —justo como ahora—, en el cual él había escuchado rumores sobre un extraño asesinato en un parque abandonado. Según el rumor, en una de las zanjas donde se enterraban las hojas secas de otoño se encontró un cuerpo decapitado, sin manos ni pies, que yacía cubierto de telas gruesas y limpias.
El eximio estaba completamente desnudo y carecía de órganos internos y sangre. Sobre la tela se encontraron varios símbolos pintados con tinta ocre que carecían de significado, al menos para los que la estudiaron.
Según la autopsia realizada por un experto medico del sur de Francia, la victima era un anciano de 85 años que carecía de dientes y que murió previamente a que le cortaran las manos y los pies: no murió desangrado.
Muchos pensaron que el anciano fue victima de en un ritual satánico, pero otros creían que un asesino demente había sido el verdadero culpable, en fin, el caso se cerro por falta de pruebas y el London fue el primer periódico en publicarlo.
“Extraña muerte en Smithblack park”, decía el encabezado de la portada del periódico.
Ed y Bob se alejaban de la ciudad con dirección al bosque de coníferas. Las casas se hacían más pequeñas y las calles más amplias, con innumerables ventiscas que saturaban el ambiente con la nieve del suelo. El cielo estaba triste, carecía de estrellas y luna.
La caminata fue considerable pero los cigarros mantuvieron en ritmo a Bernahi hasta la llegada al bosque.
El bosque era profundo y espeso, con innumerables arbustos, árboles gigantes, cubiertos de nieve en sus copas, y con una tierra húmeda oscura muy fría. En aquel bosque, se podían apreciar muchos vacíos. Tierra sin vegetación.
—¿Ves aquellas luces? —pregunto Ed a Bob cuando estos estaban a unos metros dentro del bosque.
—Si, creo que si —contesto al ver dos matitas amarillas en lo profundo del bosque, como a 300 metros.
—Allí deben estar los policías —concluyo al ver algunas sombras.
Los dos se adentraron más al bosque en dirección a las matas amarillas. Bernahi sentía la fría brisa que recorría el bosque y removía las ramas de los árboles haciendo parecer que estas tuvieran vida.
Luego de recorrer como unos 100 metros Ed escucho unos susurros de espanto y llanto donde estaban los policías. A medida que avanzaban estos llantos se acrecentaban hasta llegar al éxtasis puro y al desenfreno. A 100 metros de la escena del crimen, Bob y Ed comprendieron las sombras: 10 policías, 4 caballos, innumerables periodistas tomando apuntes y unos hombres vestidos de negro. “¿Quiénes son estos?”
—Nos ganaron Bob, nos ganaron los amarillistas.
Los dos se aproximaron a los policías a preguntarles ¿qué había pasado? pero estos parecían idos. Bernahi se acerco a un oficial y le pregunto sobre el crimen.
—¿Quién es usted?, ¡lárguese de aquí! sino quiere que lo arreste.
—Soy de la prensa… —dijo Edmund al policía pero era demasiado tarde, el también vio la palia profunda. Sus ojos se volvieron enormes y Bernahi quedo completamente perdido al ver la expresión de Bob y del policía como si hubieran visto al mismo demonio.
Los ojos de Bernahi temían tornarse a la fosa profunda —que era visto por todos como la misma concepción— y adivinar que era lo que escondía entre sus sombras.
Unos pies sucios y peludos sobresalían de la oscuridad de la palia, estaban descompuestos y emitían un hedor profundo. Bob sintió asco tapándose con una mano la boca instintivamente al verlos.
Escrito por L. C. Nevers
Primera parte de la introducción al libro “La calle 223”
Del 12 de junio al 16 de junio del 2008